Estaba de pie al borde de un precipicio. El final de su recorrido en la tierra. Sentía todo su cuerpo totalmente relajado, sostenida y rodeada por una amable calidez. Su mirada perdida en el horizonte. Era el último sitio al cual había llegado luego de buscar incansablemente una respuesta a todas sus preguntas. Nada la había calmado, ninguna oferta del mundo le quedaba por experimentar. Qué respuestas buscaba, nadie lo sabía. Solo sentía un calor en el pecho que le indicaba el camino. No recordaba por qué había llegado a ese lugar, tampoco cómo había llegado ni qué era lo que tenía que hacer. No estaba allí para quitarse la vida pero sentía una atracción muy intensa por el vacío.
Frente a ella, el abismo.
Casi imperceptiblemente, su pie se despegó del suelo, como siendo llevada por una fuerza sutil y poderosa, se movió hacia delante llevando todo el peso del cuerpo en un paso decidido y, en un instante eterno, una vivencia de sobrecogimiento, miedo, gozo y entrega se apoderaron de ella al sentir que no había vuelta atrás. Su pie avanzaba decidido a caer, y ella no lo iba a detener.
Silencio. Un largo silencio.
Al mirar hacia abajo vio de pronto que un escalón se había materializado bajo su pie. Una nueva percepción la habitaba. Estupefacta y movida por la fuerza de la inercia dio otro paso hacia delante y un nuevo escalón se materializó. Sin vacilar siguió avanzando decididamente, un paso tras otro, sus piernas tenían vida propia y ella ganaba confianza con cada paso. Sobrecogida por la experiencia, se detuvo un momento, levantó la mirada y vio en lo alto un destello brillante de una luz cálida e irregular, llena de vívidos colores, que hizo que su corazón ardiera de amor y nostalgia. En ese instante le sobrevino un ferviente anhelo por llegar a la luz, por vivir siempre en esos tonos. Una repentina explosión silenciosa hizo que del destello saliera volando un ave de una belleza indescriptible, era tan solo una partícula del brillo pero estaba contenida en ella todo el amor y la armonía que emanaba la luz. El ave comenzó a hacerle señas para que la siguiera y ella sintió que era la única que podía indicarle el camino. A veces volaba en una dirección, luego en la contraria, a veces iba muy rápido otras más despacio, pero siempre la acercaba a la luz.
Cada vez más decidida y confiada por la magia que vivenciaba, daba pasos hacia arriba subiendo por los escalones y dejándose llevar por la fuerza del ave, alejándose cada vez más del final del precipicio. Cada paso que daba materializaba un nuevo escalón bajo su pie y hacía desaparecer el escalón que ya no necesitaba.
Pero todo drama tiene su conflicto. Y toda vivencia es un drama en potencia. La manera en que se desarrolla y resuelve el conflicto es lo que hace del drama una obra de arte.
En un instante de distracción la asaltó un pensamiento que se insertó en su consciencia sin que ella lo percibiera pero que le hizo volver su mirada hacia atrás con tristeza. El deseo y el anhelo iniciaron un combate y el campo de batalla fue su corazón. Vio que el final del precipicio estaba muy lejos lo cual la atemorizó y la hizo dudar, miró hacia delante y la luz ya no estaba, solo el calor de un fuego tenue le hacía sentir la piel. Otras aves aparecieron y volaban junto a ella en diferentes direcciones, ya no sabía a cuál seguir. Estaba desorientada y temerosa. Parada en el último escalón que se había materializado en el medio de la nada.
El único camino seguro parecía ser regresar al final del precipicio. Instantáneamente se materializó una rampa que la guiaba hacia el principio. Solo tenía que sentarse y se podría deslizar. Luego de reflexionar un momento se sentó en la rampa y comenzó el descenso. Mientras más se deslizaba más velocidad cobraba y cuanto más rápido caía más se acrecentaba la nostalgia del destello. Su corazón comenzó a gritar con tal fuerza que permanecer despierta se le volvió insoportable. Entonces clavó sus uñas en la rampa tratando de disminuir la velocidad, se aferró con todas sus fuerzas haciendo movimientos sobrehumanos, gritando y llorando a la vez, hasta que consiguió detenerse por completo en un punto en el que la rampa se hizo un poco más plana. Se quedó postrada, sin fuerzas. Se vio a sí misma tal cual era. Poco, pobre, llena de deseos y obsesiones. Lunática y vagabunda. Perdida en pensamientos. Frente a ella ahora el precipicio estaba muy cerca, si daba tres pasos más estaría en tierra firme nuevamente. Miró hacia atrás y vio nuevamente el destello, casi imperceptible a la vista pero su calor llegaba con la misma calidad. El ave también estaba allí mirándola compasivamente e invitándola a emprender el viaje nuevamente. Sintió que tenía que compartir esto con alguien, que sería bueno tener compañía en la experiencia. Pero también sintió que ya no podría volver a la tierra. Nada la iba a hacer retroceder esos tres escalones y regresar al mundo anterior, no podía. Se quedó esperando a que alguien se acercara al final del precipicio para que pudiera convencerlos de que se animen a dar el paso al vacío. Algunas personas llegaron a ese lugar. Ella les hablaba y les trataba de describir el destello, el ave y sobre todo su sensación interior pero nadie quería dar el paso, todos tenían explicaciones lógicas que escondían su miedo, a pesar de que la veían a ella parada en un escalón que flotaba en el medio de la nada. No sabía cómo comunicar la vivencia, cómo transmitir confianza. Tampoco sabía cuál era el final del viaje, ni siquiera podía garantizar un buen destino. Solo podía confiar en el amor que abarcaba su presencia cada vez más.
Mucho tiempo pasó. Vivió muchas traiciones, abandonos, insultos, burlas, dudó de sí, se vio con la mirada del mundo y se avergonzó. Ella permaneció en su lugar, manteniendo la esperanza de poder encontrar a alguien que compartiera su locura. De pronto, como despertando de un sueño vio que sin notarlo había descendido dos peldaños y que solamente un paso la separaba de la tierra. Otra comprensión la abrazó, observó que el ancho de los escalones sólo permitía que una persona esté parada sobre ellos. Aceptó que el viaje era en soledad, se aceptó tal cual era y pudo por primera vez sentir legítimo amor por sí.
Giró su cabeza rápidamente y vio que el destello de luz se estaba apagando y que tendría que comenzar nuevamente su viaje. A lo lejos vislumbro al ave que, cansada, seguía indicándole la dirección. Se levantó con determinación y emprendió decidida nuevamente el camino. Ascendía sin cesar y a paso ligero, con lágrimas en los ojos pero alegría en su corazón. De su interior comenzaron a surgir melodías que durante todo el recorrido cantaba con todas sus fuerzas, a veces alguien la escuchaba al final del precipicio y muchas veces, sin saber por qué, aquellos que escuchaban se veían impulsados a dar explicaciones al vacío hablándole incongruencias al aire sin cesar.
A medida que se alejaba también su voz se hacía cada vez más imperceptible. Sólo un sonido lejano se escuchaba de vez en cuando al borde del abismo.
Siguió subiendo, sus pasos eran ahora tan livianos que sus pies casi no tocaban los peldaños. Ya sin ser guiada por el ave sino por la misma luz y envuelta en su compasión, cantó su última canción con un dolor, una alegría y una intensidad tales que ella misma se convirtió en melodía. Ella era el pájaro, ella era la luz, ella era la escalera y el precipicio. Ella era la melodía que todo lo abarcaba, sin límites, libre, amante y amada, eterna.
Y así hoy, casi imperceptiblemente, detrás de todos los ruidos y músicas que hay en tierra firme, cuando el silencio se hace presente, todavía se escucha aquella canción. Es como un sonido cristalino que ordena y da sentido por un instante a todas las voces que permanecen en aquel lugar.